domingo, 29 de marzo de 2009

Hundimiento

La soledad, la pérdida, la tristeza que parece que nunca se va.
La tierna presencia en la memoria,
no ser como los demás quisieran,
pasar de largo de todo,
no tener ganas ni de seguir,
un desastre total.
Tener como compañera
a la deseperación,
cada vez más familiar.
Volverme loco de forma habitual,
no saber qué decir,
hundirme en la ciénaga
en la que convierto mi vida.
Dejar de lado al mundo,
dejar de lado a los demás,
sólo pensar en mi hundimiento,
en mi degeneración,
no saber cómo ni cuándo reaccionar.
Comportarme como Dios manda,
centrarme, avanzar, hacer algo,
todo parece cuesta arriba,
no sé.
Cuando parece que todo se va perdiendo
la culpa seguro que es mia,
me hundo, a horcajadas de un potro salvaje.
Parece que sólo tengo ojos para el pozo que tengo delante,
¿por qué no puedo mirar para otro lado?
¿Por qué me cuesta tanto?
¿Por qué sólo me queda la autocompasión?
¿Por qué he llegado a esto?
¿Por qué sólo tengo ojos para ti, pozo maldito?

miércoles, 18 de marzo de 2009

Rabia de años
demacrada realidad
asfalto de incertidumbre
caricia a largo plazo
sexo en el fregadero
ocupa de mi corazón
canción de despedida
aliento amargo
cáncer de costillas
aleph de la red
delincuencia
intranquilo de paso
cero a cero hacemos el camino
ridículo localismo
cadáveres en la cloaca
falsa puerta

Invocando a la razón de nuestros mayores acatando las leyes de la naturaleza humana
Desvistiendo el alma impúdicamente Travestido de leproso
vas pidiendo caridad de puerta en puerta
arrastrando los pies y giras la cabeza
como para recordar lo que fue
y con un hierro candente pides al herrero que te ciegue
para no ver más para no ver
Cólera de siglos,
milenario destino, zote
arrastrar los pies y girar y girar
girando como el mundo
y cayendo y cayendo


martes, 17 de marzo de 2009

Love me two times


La salvaje mirada
tierna de animal
se encara arrogante
y pregona
la rabia de vivir
sin imposturas
ni correajes.

Su voz retumba hambrienta
de deseo,
de ronca desesperación,
su eco
vibra interminablemente,
enciende una hoguera
que no se apagará.

Frágil silueta
que contiene al titán,
la escarcha
no adornará
tus cabellos
hermosos.

jueves, 12 de marzo de 2009

El sueño del Monstruo

"I remember el cielo encendido por el sol del alba y el fuego de los hombres. ¿Tienen orejas las moscas? Y de tenerlas, ¿las habrá dejado sordas la guerra? Porque siempre están ahí, como venidas de ese cielo abierto sobre el infierno, palurdas con su vuelo al ralentí. Por una vez no se las oye. Ni cuando pasan junto al pabellón de una oreja. Entonces me acuerdo de Amir, a mi espalda, concentrado como nunca, amagando un golpe terrible... Una mosca aplastada es como un cuadro abstracto. La que adorna la mano de Amir, tan contento de su trofeo que ríe a carcajadas mientras rugen las armas, podría parecerse a una flor enferma, a un cangrejo mutante, a un objeto celeste, a un autorretrato en un espejo deformante, a una sonrisa de purificador étnico, a un burec mal cocido, a una baklava fallida o a un intelectual mediático, a un decreto del Consejo de Seguridad de la ONU, a una vista aérea de una ciudad herida... Cojo la mano de Amir y miro la palma manchada. Veo a Sarajevo, agonizante".
"El grito que lanzo treinta y tres años después[...] desde la cima de un hotel trivial del centro de Sarajevo, supera el entendimiento. [...] Gritar en una ciudad que recuerda las bombas y la muerte es irrisorio, patético, inútil...".
"La luz me ciega. No veo nada. Recuerdo que no veo nada... Pero oigo ruidos, violentos. Unos mecánicos, ruido de bombas; otros orgánicos, los gritos de los hombres... Los dos conjugados son sinónimo de muerte. [...] También oigo una voz, la más dulce de las voces, que me habla, que me habla, pero que se aleja, que se aleja... ¿Me apartan de esa voz o se aparta ella de mi? El que corre y me lleva es mi padre, y la voz que no volví a oír era de mi madre... Un disparo en Sniper Alley, y cae...".

El sueño del monstruo, Enki Bilal

domingo, 8 de marzo de 2009

Elevador nº 12

La visión es la de un pasillo y al fondo el ascensor. Las paredes de acero reflejan la luz dura y afilada de unos alógenos en el techo. He avanzado por otros pasillos similares durante horas, sediento, aturdido, perplejo, pero todas las puertas estaban cerradas, o por lo menos esa certeza tenía, pues ni siquiera he osado intentar abrir ninguna. La luz uniforme de los corredores idénticos es siempre anormalmente intensa, tanto que parecía emitir un zumbido cada vez más insoportable al avanzar. El suelo extrañamente es de cerámica antigua, opaca, cuyas baldosas forman un dibujo geométrico anodino y pesado; se refleja en las paredes de acero multiplicando la monotonía. No recuerdo cuándo entré en este edificio, pues se trata de un sueño, pero sé que busco algo. Al principio pensaba que huía de algo, y al vagabundear por los pasillos iba olvidando esa inquietud, pero después me di cuenta de que había entrado allí por propia voluntad. Bien es cierto que otras veces tengo la sensación inquietante de que he sido obligado a entrar en aquel edificio. He vagado y vagado, sin prisa, sin carreras, acelerándose el corazón al acercarme a cada esquina, espiando con sigilo, para comprobar que al otro lado sólo se repite el mismo paisaje metálico. Al final acabo descorazonado, angustiado, perdido. Ya no sabría retornar. Y así pasan las horas, en las que dejo de buscar y de acechar, en las que suelo sentarme en una esquina a lamentarme, e incluso creo que a veces termino dormido en el frío suelo. He vagado y vagado, he caminado y me he arrastrado, con lágrimas en los ojos, con la mente embotada, he discutido conmigo mismo y mi voz en grito ha retumbado en las planchas de metal y la luz ha absorbido finalmente su eco. Pero, cuando menos lo espero, doblo una esquina cualquiera y al fondo me espera el ascensor.

Por las noches, de madrugada, me suelo despertar sin aliento, solo en mi dormitorio. No estoy sudando, simplemente me falta el aire y tardo unos terribles segundos en recuperarlo. No puedo incorporarme enseguida, permanezco tendido, gimiendo apenas, como cayendo al vacío en la negrura que me rodea. Pero no distingo la oscuridad de mi cuarto, mis ojos continúan viendo el ascensor al fondo del pasillo, que se abre, que se ha abierto y está vacío. Su interior está forrado por planchas de madera preciosa. Me acerco para entrar en él, pero indefectiblemente surge de uno de sus lados una mancha negra, es un pálpito, una línea ondulante, una sombra que intenta esconderse y que aguarda a que entre.