jueves, 28 de mayo de 2009

La sombra, un acero acechante

La sombra, un acero acechante,
la mirada afilada, de fondo un mar turbulento,
olas de magma incandescente,
leviatán insaciado,
cuerda de piano tensada en extremo,
calurosa puñalada en una tarde veraniega,
agua en torrente,
desatada, loca y peligrosa,
saqueo del poblado,
incendio lejano que se aproxima,
ceniza en el aire y en la piel,
salvaje azote del viento,
canal de las venas anegado,
todo dentro de un torbellino,
girando y mezclándose,
en un ambiente saturado de gotas
de rocío o de sudor.
El calambre traspasa el cielo velado,
la tormenta cierne su rostro congestionado
e iracundo.
Me siento vacío y exhausto.

miércoles, 27 de mayo de 2009

Alambrada

Una alambrada atravesaba el valle.
Las flores y los arbustos estaban rodeados de alambre,
sus tallos y ramas se ahogaban en alambre.
Delante de la alambrada había un hombre,
rodeado de alambre, apresado por el alambre.
La alambrada, el alambre, eran de espinos,
y se clavaban en todo lo que tocaban.

miércoles, 13 de mayo de 2009

Ostaende


Ostaende estaba pensativo a la orilla del mar, encarando la ventisca impasible. El cielo era plomo pesado y el mar parecía tratar de librarse de aquella carga con denodada furia.
El salitre que arrojaba contra su cara el viento hacía que le escocieran las fosas nasales, y el acto de respirar se convertía en una ardiente sensación. El pelo desordenado y arremolinado se apelmazaba por el mismo motivo.
Había un cuadro que siempre le había gustado, que le resultaba de los más evocadores y emblemáticos, y, salvo por las montañas en medio de las nubes de aquél, le parecía estar inmerso en el sobrecogedor sentimiento de aquella pintura.
No se movía, de haberse movido siquiera un paso la magia podría desaparecer y habría habitado ya sólo en su mente y su recuerdo. Estaba inmerso en la magia, la hierba al borde del acantilado se agitaba rozándole los tobillos y los bajos del pantalón de tela.
De vez en cuando una gaviota quedaba suspendida enfrente, inmóvil en medio de la agitación del aire y de las aguas, como fuera de la realidad, sujeta por una cuerda de piano, que, de repente, quizá tañida por un golpe de viento o una fuerza inmaterial, se desplazaba raudamente a la derecha y hacia arriba, y se perdía en lo alto, y ya no formaba parte de la escena. ¿Habría encontrado un pez al que atrapar, o tal vez no había existido nunca?
La tarde, con automática precisión, marcaba los segundos, las olas golpeando la roca, con el ritmo de un corazón. El mundo era una costa azotada, la tierra recién emergida luchando por pervivir; el agua llena de la memoria de todos los seres, los recuerdos de todas las vidas acumuladas en sus abismos. Recuérdanos, siempre estuvimos contigo, no nos abandones ahora, regresa a tu hogar, tierra macilenta e inerte, no te yergas arrogante e inexpugnable, laméntate de tu soberbia.
Gotas de agua sobre el pelo, como rocío de la mañana, pero más tristes, pues el día declinaba y el ánimo se oscurecía.
Agua enfurecida, cielo opaco y apesadumbrado, tierra húmeda y preñada.
Ostaende había desaparecido, ya no existía.