sábado, 5 de marzo de 2011

Smugglers


La última vez que la vi había desaparecido en una montaña, como humo y viento, de drogas y alcohol. No me di cuenta de lo separados que estábamos ya. Caía la tarde en Palace Street y me soltó la mano. Se acercó a un grupo de smugglers, que jamás había visto. No me dejaron acercarme. Olía a subterráneo y a contaminante Flux. Los coches despegaban y aterrizaban, pasaban zumbando. No se despidió. La habían contratado. Me fui de allí. La cabeza me volteaba, las piernas me llevaban sin rumbo. Ya no reconocía los lugares. Me infiltraba, sin saberlo, en la sima del submundo. Se me acercaban, pasaban a mi lado, seres de tres metros, tristes y horribles; animales vagabundos indescriptibles me rozaban y empujaban; enanos subidos a descabelladas alzas saludaban a los demás con sus sombreros. Las danzas de la muerte se mezclaban con la marabunta que transitaba las calles del averno.

Llegó un momento en que mi mirada no se fijaba en nada. Sólo debía, sólo podía pensar en ella, en lo perdida que debería de estar. Tenía que encontrarla, antes de que muriera en una vorágine de locura y saturación.

Después, el ser de delante me dijo: "Sígueme, aquí no haces nada". Lo seguí, hacia una oscuridad difícil de comprender.


Mientras tanto, ella, en el despacho de cristales rotos, reía su nueva suerte, con su flamante máscara antigás, tirada en el sucio suelo de madera.