sábado, 20 de junio de 2009

Cyboríada

El ancho mundo es un desierto, las colosales fábricas, los campos de trabajo, las megalópolis acendradas, los centros de reconvención, las salas de estasis, la ciencia industrial, el cableado celular, la sal de la vida. Saber que te encuentras en otro planeta convierte este mundo en una desolación asombrosa, un grito inacabado. La guerra nos unió, y, cómo no, nos ha separado, quizás para siempre. La guerra contra tu pueblo, la guerra racista y genocida, la guerra suicida y enloquecida. La guerra que queríamos, que celebramos entusiastas, que hemos ganado. Tu pueblo expulsado, arrasado; ojalá hubierais vencido. Tu religión vital, animista y sincera, tu fe inquebrantable en la humanidad, tu honestidad, vuestra honestidad al fin comprendida, anega mi espíritu en un cieno espantoso y negro. Ahora, una vez comprendido el espanto, me avoco al fin. Sólo tu recuerdo, solamente, me es válido. Tu imagen se va desvaneciendo, distingo tu silueta, una sonrisa tierna, un vuelo de tu gesto, un rastro de tu voz, unas palabras pronunciadas de madrugada. Ya no sueño contigo, mis noches las paso volando sobre campos arrasados, sobre cuerpos arrasados, sobre sangre mezclada con la tierra, sobre humo y fuego.
La guerra la ganamos, o la perdimos, ya no sé. Mi cuerpo se resiente, no creo que aguante mucho más. Como en todas las guerras, desde siempre, se llevó nuestra juventud, pero se llevó todo lo demás.
Nunca creí que pudiera amar a una paria como tú. Aunque ahora sé la verdad de todo esto. Ahora soy un paria entre humanos. No me importa. Otros vendrán que les abrirán los ojos, por el bien de sus almas. Sé que los cyborgs volveréis, sé que inundaréis nuestro mundo y nuestros cuerpos de fuego y ceniza.
Que así sea.

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