viernes, 28 de agosto de 2009

Cuando Ostaende sonreía


Cuando Ostaende sonreía, era como una luz filtrada a través de las ramas de un bosque tupido.
Su pelo era castaño, largo y sedoso. Nunca se lo recogía en una coleta, salvo una vez, en que un antiguo amor se lo trenzó despacio y con delicadeza.
Los ojos castaños miraban francos, no huían ni se ocultaban.
La nariz era prominente y sencilla, ancha pero equilibrada.
Los pómulos despertaban un ligero rubor de días soleados y brisa del mar.
La boca se insinuaba, rasgaba el rostro anguloso y alargado a través de unos labios pálidos finísimos.
La frente era despejada, a pesar de su hermosísima cabellera, que no se la ocultaba salvo cuando el viento le impelía a hacerlo.
El cuello se refugiaba en cuellos altos o bufandas, y pañuelos de dandy inglés.
Las cejas expresaban siempre su ensimismamiento, aunque no eran más que dos líneas claras y nítidas.

Una vez lo vi, o mejor dicho, estuve contemplándolo durante gran tiempo. Estaba de espaldas a mí. Algo le turbaba el pensamiento, o eso creía yo. Recuerdo su sencilla indumentaria, pero que, no sé si por tratarse de él, encerraba una rara elegancia y una sensación de nostalgia, que a mi entender o mejor dicho en mi interior se antojaba infinita, como un barco fantasmal apenas vislumbrado un momento en la niebla nocturna. El viento arreció y fue entonces cuando ladeó la cabeza y vi su rostro de perfil. Aquellos rasgos que me intrigaron la primera vez que nos encontramos estaban delineados en la luz del atardecer. Sus ojos, entornados, erizaron mi piel, me transportaron a un tiempo de aventuras y experiencias nuevas y rotundas, de noches bajo las estrellas y días sobre el mar. Una angustia encogió mi pecho, mis dedos se crisparon y mis ojos se humedecieron sin remedio. Qué dolor tan hondo, qué vacío inabarcable y pétreo descubrí de repente. Como una fuerte resaca me arrastró a su interior, y comprendí que nada se aprehende plenamente, que la vida nos deja su poso salado y amargo, que es con lo que seguimos el camino y con lo que nos consolamos o nos entristecemos. Las olas nos dejan ver el horizonte en sus vaivenes, pero incluso cuando la mar es calma, allá queda lejano, sombrío unas veces, resplandeciente otras.

No hay comentarios: