domingo, 8 de marzo de 2009

Elevador nº 12

La visión es la de un pasillo y al fondo el ascensor. Las paredes de acero reflejan la luz dura y afilada de unos alógenos en el techo. He avanzado por otros pasillos similares durante horas, sediento, aturdido, perplejo, pero todas las puertas estaban cerradas, o por lo menos esa certeza tenía, pues ni siquiera he osado intentar abrir ninguna. La luz uniforme de los corredores idénticos es siempre anormalmente intensa, tanto que parecía emitir un zumbido cada vez más insoportable al avanzar. El suelo extrañamente es de cerámica antigua, opaca, cuyas baldosas forman un dibujo geométrico anodino y pesado; se refleja en las paredes de acero multiplicando la monotonía. No recuerdo cuándo entré en este edificio, pues se trata de un sueño, pero sé que busco algo. Al principio pensaba que huía de algo, y al vagabundear por los pasillos iba olvidando esa inquietud, pero después me di cuenta de que había entrado allí por propia voluntad. Bien es cierto que otras veces tengo la sensación inquietante de que he sido obligado a entrar en aquel edificio. He vagado y vagado, sin prisa, sin carreras, acelerándose el corazón al acercarme a cada esquina, espiando con sigilo, para comprobar que al otro lado sólo se repite el mismo paisaje metálico. Al final acabo descorazonado, angustiado, perdido. Ya no sabría retornar. Y así pasan las horas, en las que dejo de buscar y de acechar, en las que suelo sentarme en una esquina a lamentarme, e incluso creo que a veces termino dormido en el frío suelo. He vagado y vagado, he caminado y me he arrastrado, con lágrimas en los ojos, con la mente embotada, he discutido conmigo mismo y mi voz en grito ha retumbado en las planchas de metal y la luz ha absorbido finalmente su eco. Pero, cuando menos lo espero, doblo una esquina cualquiera y al fondo me espera el ascensor.

Por las noches, de madrugada, me suelo despertar sin aliento, solo en mi dormitorio. No estoy sudando, simplemente me falta el aire y tardo unos terribles segundos en recuperarlo. No puedo incorporarme enseguida, permanezco tendido, gimiendo apenas, como cayendo al vacío en la negrura que me rodea. Pero no distingo la oscuridad de mi cuarto, mis ojos continúan viendo el ascensor al fondo del pasillo, que se abre, que se ha abierto y está vacío. Su interior está forrado por planchas de madera preciosa. Me acerco para entrar en él, pero indefectiblemente surge de uno de sus lados una mancha negra, es un pálpito, una línea ondulante, una sombra que intenta esconderse y que aguarda a que entre.

No hay comentarios: