viernes, 5 de marzo de 2010

La lucha con las ballenas


Recuerdo la lucha con las ballenas.
Fueron los días más felices juntos.
El arpón agarrado a su dura piel, haciendo que la sangre tiñera las aguas verdes.
Pronto descubrimos que no lo hacíamos por los beneficios. Lo hacíamos por la emoción que conllevaba, por la constante sensación de indefensión, por la aparente desproporción del combate, por el triunfo del hombre sobre las fuerzas descomunales de la naturaleza.
A veces la ballena cobraba cara su captura, y muchos marineros, buenos marineros, yacen en el fondo del océano por su causa. Hubo un tiempo en que los llegué a envidiar, pero esa es otra historia.
Ostaende encabezaba todas las cacerías, desde el momento en que oíamos el grito de alarma. Su ímpetu ejercía un efecto en nosotros inmediato. Saltábamos sobre las barcas aullando y riendo, llenos de una energía juvenil desbordante. Era una alegría que no pensaba en la muerte que acechaba bajo las aguas. Era valor, era temeridad, pero aquello nos permitía doblegar a la bestia, al leviatán deforme y gigantesco, de mirada casi humana. Una mirada que aterrorizaba, pero que parecía pedir clemencia. Unos ojos enormes y sin embargo tan expresivos y sinceros.
Ahora que la sal del mar casi ha cegado los míos, en lo que más me recreo es en aquellos años, los mejores sin duda.

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