miércoles, 24 de marzo de 2010

Retrato


Una persona va caminando en la oscuridad, a tientas casi, en un rincón de la ciudad. Apesadumbrada maldice su suerte. Ha tejido una tela de araña a su alrededor, para protegerse a sí mismo, pero se engaña; hiere y atrapa en su red a los demás. No ha tenido suerte en la vida, pero tampoco la ha buscado. No lo ha intentado. Es un espejo para los demás, pero nunca ha visto su propio reflejo. Se atormenta con divagaciones pesadas, aunque no libera su mente a los otros. Es cínico por naturaleza, mas no nació así. Siente un furor contenido, una fuerza interior que le apresa, y sin embargo pasa la vida sentado en un mirador.
Ha tenido la necesidad de vagar por las calles, pero es como si deseara vagar por un descampado. Tiene piedad de sí mismo, y también de los demás. Es observador, pero sobre todo de su propio ser. Dispone de mil recursos a su lado, aunque pasa rozándolos apenas, imitando contornos y espesuras, sazonando el paso con suspiros y mohines.
Últimamente ha cobrado fuerza en él un impulso inconfesable, atroz, que querría desatarse en desbandada, y si aflorara no podría volver a llamarse nunca más persona.
Es consciente de sus límites, pero ansía, desesperadamente, quebrarlos, traspasándolos.
Es inagotable su meditabunda inclinación, y sin embargo lo considera insufrible. Ama sobre todo la paz, pero codicia el fulgor de un relámpago, el momento incesante de la eternidad del ahora. Se ve a sí mismo sobre un corcel al galope, sin aliento y desgarrado, dividido en partículas inflamadas, incandescentes contra las partículas que le circundan en una agitación irreal y acompasada, plagada de miríadas de ángeles en un vuelo orbital de diamantes incrustados en vestiduras y trompetas áureas sopladas con adorante frenesí.

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